Capitulo 1: El Motoconcho
Julio del 2004
Era sábado por la tarde. Tenía una sensación de hambre que pedía a viva voz una buena dosis de mi dieta diaria de cereal con legumbres y carne bien aliñada, plato al que todos llaman "
Bandera Nacional". Quería llegar rápido a casa y tenía que elegir una de las únicas dos opciones de transporte que me ofrecía el sistema urbano de mi querida capital. Una de ellas era tomar dos carros públicos: uno hasta la
rotonda de la San Vicente (lugar que ya no existía, pero el recuerdo de que en aquella intersección con la Carretera Mella una vez existió un rotonda aun sigue vigente no solo en nuestras memorias sino también en nuestro hablar) y el otro hasta
Fortuna Car Wash que está situado en la entrada que me lleva a mi dulce hogar. Esta ruta no solo me costaba 20 pesos sino también algunos 15 minutos. Por eso me fue más fácil optar por la segunda posibilidad la cual costaba 15 pesos y 5 minutos de viaje:
Un Motoconcho.
La parada de los motores estaba en la Cruz de Mendoza de la cual solo quedaba la verja que la rodeó durante un buen tiempo. Había un solo muertorista (así le suele llamar la gente, ya que son unos suicidas en el volante), sudado como la tapa de un sancocho y con la misma hambre que yo, su espectacular maquina tenía un pedazo de caja de cartón que cubría el asiento del pasajero el cual solo estaba compuesto por una parrilla de metal inoxidable. A igual que toda motocicleta Honda 70 que es utilizada para estos fines, esta nave espacial no poseía retrovisores ni guardalodos de la misma forma que su conductor tampoco poseía casco.
Era toda una aventura, no lo pensé dos veces y me monté. Le dije el destino a piloto de la supernova y despegamos. No pasó medio minuto para que el capitán de la nave me dijera:
- Diañe mi hermano! La mujere son un lío! Tengo una bendita carajita, a la que le he comprao de to' y aun no me suelta na'.
- Sueltela en banda! – le respondí, queriendo igualarme a el en su tigueraje.
En un simple momento me contó que la conoció en un colmado y se "asfixió" de ella y me paso inventario de la cosas que el le había comprado con tal de recibir de ella el mejor de los afectos, los artículos iban desde unos jeans hasta un juego de habitación para la madre de la abusadorcita en cuestión. Según el, la madre era la que le decía a la joven que pidiera todos estos artículos de primera, segunda y tercera necesidad.
Yo no quería decirle que se estaban aprovechando de él, mucho menos que la muchachita no valía la pena, pero había que ayudar a un podre hombre que había gastado más dinero de lo que costaba su motor en una menor de edad. Me quedé pensativo. Sin embargo él mismo se mató el gallo en la funda en el momento que me dijo:
- Lo peol de to' e que eta situación me ha traío problema con mi eposa.
Yo no lo podía creer. Yo le había hecho veinte mil juicios a la pobre joven ingrata que salía con este señor, sin darme cuenta que este era la perfecta definición viva de la palabra barbarazo. Este hombre se jugaba día a día el bienestar de su mujer y sus hijos en busca del cariño de una joven que de seguro que no tenía mucho parecido a Miss Universo y posiblemente era lo que muchos en buen lenguaje barrial llamamos una "tierrita".
Le dije que no tirara por tierra su matrimonio y que mucho menos que gastara su dinero en mujeres de la calle. El asintió de buena forma y me dio las gracias, yo se las dí a él por su confianza en mí. Yo nunca seré consejero matrimonial pero hay cosas que como dicen por ahí "se caen de la mata".
Llegué a casa y en un duelo a muerte maté mi hambre y me eché a dormir pensando en el motorista, la tierrita y la santa de la esposa. El recuerdo de esa tarde cualquiera se mantiene junto mí pegadito "como anoche".
Se han dicho como 14 cosas acerca de esto:
Gracias por tu visita a mi blog.
Feliz Domingo.
Saludos.